Alejandro Molina Carreño
Batman conducía su batmóvil a
200km/h cuando un coche de la guardia civil le obligó a detener su vehículo. El
batmóvil se hizo a un lado del arcén
y el agente de la benemérita se bajó de su vehículo. Batman bajó la ventanilla ante el guardia
civil.
—¿Algún problema, agente? —preguntó, visiblemente
molesto.
—¿Sabe usted a qué velocidad iba? —el
guardia, apoyado en la ventanilla, hablaba con suma tranquilidad mientras
paseaba sus ojos por el interior del vehículo.
—Bueno, bastante rápido, pero me temo
que no tengo tiempo para…
—Podría atropellar a alguien.
—No voy a atropellar a nadie, por el
amor de Dios. Mire, tengo prisa, tengo que ir a...
—Prisa, ¿eh? Es lo que dicen todos
después de… —el guardia civil hizo gestos de empinar el codo.
—¡Oiga! ¡Usted no sabe con quién está
hablando!
—Sí que lo sé. Su aliento le delata.
—¿Mi aliento? Lo único que he bebido
antes de salir ha sido un bat-ido.
—Claro, claro —el guardia civil dio
una vuelta alrededor del vehículo, paseando la vista por cada detalle, y luego
volvió a la ventanilla— ¿Y a dónde iba usted tan rápido?
—Perseguía al Pingüino.
—A un pingüino, ¿eh?
—A un pingüino no; el Pingüino.
—Ya, ya. Baje del coche.
—¿Pero es que no lo entiende? ¡Tengo prisa!
—No se preocupe, ya llega tarde de todos modos: los carnavales
acabaron hace tiempo. Baje del vehículo y enséñeme su documentación.
—Esto es increíble… ¿No se da cuenta de que…?
—Baaaaaje. —le interrumpió el guardia civil por enésima vez, alargando
la a como si le enseñase la lengua
a un médico.
Batman buscó la documentación. La
encontró en la guantera, bajo el panel de misiles teledirigidos.
—Aquí tiene —dijo, entregando la
documentación y bajando del coche—. Y dese prisa, por favor.
El guardia civil fue hasta su
vehículo. Al igual que todos los de su especie, el agente caminaba con
tranquilidad y actuaba con la ancestral parsimonia que les caracterizaba.
Volvió al cabo de un minuto, justo
cuando había empezado a poner a prueba la paciencia de Batman. Esta vez traía un
alcoholímetro en las manos.
—Esto tiene que ser una broma —dijo
Batman al ver el adminículo—. Ya le he dicho que no voy borracho.
—Sople —dijo el guardia civil, con la
calma acostumbrada.
—No tengo tiempo para esto. Usted no
sabe con quién habla.
—Sooooople.
Batman sopló, no sin refunfuñar. La
prueba dio negativo.
—¡Ja! —rió—. ¿Lo ve? Estoy limpio.
—Muy bien —el guardia civil sacó un
lápiz y una libretita—. Espere un momentito.
—¡Y dale! Que tengo prisa, leñe.
—Espeeeeere —dijo el guardia civil,
escribiendo en una de las hojas de la libretita.
A continuación arrancó la hoja y se la
entregó a Batman, que la examinó con sorpresa.
—¡¿Trescientos euros?! ¿Pero quién se
ha creído que soy yo?
—La próxima vez va directo al
calabozo.
—¡Esto es indignante! ¡Yo velo por la
seguridad de los ciudadanos!
—A esa velocidad lo dudo. Venga, entre
en el coche y sea bueno.
—¡Lo que hay que ver! ¡Esto es
increíble! ¡Inconcebible!
—Entre en el coche.
—Esto no puede estar pasando…
—¿No tenía prisa?
—¡A mí! ¡Trescientos euros a mí!
—Eeeeeeeeentre.
Batman montó al fin en su batmóvil y trató, entre blasfemias y en
vano, de arrancarlo. El motor no respondía.
—Mierda —se quejó con desgana,
golpeando el volante en forma de murciélago.
—¿Qué pasa? —preguntó el guardia
civil, guardando su libretita en el bolsillo.
—Es la bat-ería.
—No se preocupe.
El guardia civil se acercó hasta su
coche, sacó unas pinzas y logró, en un abrir y cerrar de ojos, que el bat-móvil
arrancase. El motor rugió con fuerza y el guardia civil, sonriente, se
asomó a la ventanilla.
—Listo —dijo.
—Gracias —articuló Batman con cierto rencor.
Metió primera. Estaba a punto de salir
de allí, pero el guardia civil no se movía de la ventanilla.
—¿Y ahora qué? —preguntó Batman.
—La documentación —dijo la autoridad,
devolviéndosela.
—Gracias.
Batman la guardó en su sitio.
—Torres López —escuchó decir al
guardia civil.
—¿Cómo dice?
—Sus apellidos: Torres López. Tiene
usted los mismos apellidos que un primo mío.
—¿Sí? Menuda cosa. Tengo que irme.
—Conduzca con cuidado.
Y así lo hizo.
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