Wednesday, March 4, 2015

VADE RETRO (relato)



VADE RETRO[1]
Alejandro Molina Carreño 




—Según me contó Bea —dijo Luis—, se llama Ed, así, a secas; es extranjero, francés si no me equivoco, y su apellido es impronunciable. Al parecer, era profesor de violín en el conservatorio. ¿Conoces los detalles?
No —contestó Pepe, con un enorme trozo de pan en la boca que a duras penas podía masticar, dada el ansia con que devoraba su bocadillo.
Un día —continuó Luis—, en mitad de una clase, cayó desmayado al suelo mientras interpretaba un no sé qué de un tal Panini o Pagani, o yo qué sé; me suena que era un capricho, pero eso no parece muy de música clásica, ¿verdad? Ya sabes que a Bea le encanta la clásica. Me estuvo hablando del compositor y de la obra como una hora, pero no hay manera, no recuerdo el nombre oye. La cosa es que el tal Panini este tenía algún rollo raro con el demonio, como que le había vendido su alma para ser el más rápido del mundo y entonces el demonio le alargó los dedos o yo qué sé.
¿Pero de cuándo estamos hablando? – preguntó Pepe, apenas inteligible a causa de la comida.
¿Te refieres al Panini? —Pepe asintió con la cabeza—. Pues no sé, siglo… Qué más da, un siglo raro. Ayer no fue, vaya. Total, que el Ed este se desmayó mientras interpretaba un capricho de este hombre que había hecho un trato con el demonio allá por el siglo, pongamos, dieciocho. Se armó un buen revuelo, hubo que llamar a la ambulancia y todo, y acabaron hospitalizándolo. Después de hacerle unas pruebas y no encontrar nada, lo largaron a casa.
¿Pero Bea ya lo conocía? —Pepe dejó escapar un pequeño trozo de tortilla al hacer la pregunta, un fugitivo resquicio de su ingente almuerzo.
No, no. Bea no lo conocía por entonces, todo esto se lo contó él con el tiempo —Pepe volvió a asentir con la cabeza—. Pasados unos días después del desmayo —continuó Luis—, el tal Ed empezó a sentirse mal otra vez. Tenía tos, temblores, se le iba la cabeza, escupía sangre y echaba espuma por la boca. Imagínate, colega, la que liaba cada vez que le daba uno de esos episodios mientras tocaba el violín. El pobre iba al hospital semana sí, semana también, volvían a hacerle pruebas, a ponerle cables y tubos hasta en el culo, pero no sacaban nada. Le decían que no le pasaba absolutamente nada. Eso le tranquilizaba, claro, pero los espumarajos y la sangre no se los quitaba nadie. Tuvo como cinco o seis ataques de esos, hasta que un día empezó a hablar hebreo. Entonces fue cuando supo que estaba poseído por algún demonio. Porque si te posee Jesús, te salen estigmas y todo eso, y hablas latín, me parece, no hebreo. Si hablas hebreo y echas espumarajos por la boca, es que es un demonio.
Yo creo que es al revés —dijo Pepe, a duras penas entre bocado y bocado—. Si es Jesús, hablas hebreo, y si es el demonio, latín.
¿Y la espuma y la sangre? —replicó Luis—. Cuando le daban los ataques se ponía muy violento. Eso es por el demonio.
¿Y tú cómo sabes que era hebreo, si no sabes ni hablar castellano en condiciones?
Pues porque me lo dijo Bea. Cuando empezaron a salir juntos, él acabó contándole toda su vida. El tipo es legal, se sinceró y le confesó todo, incluido lo del hebreo.
Pepe terminó su bocadillo.
—¿Y el demonio le poseyó por tocar el violín? —preguntó.
—Pues sí, eso parece —contestó Luis—. Por tocar la obra del Panini este. Yo qué sé, tampoco tienes que irte al Congo a hacer voodoo para pillar algo así, ¿no? En las películas te pasa sin más: un día te levantas y, o bien te sienta mal el desayuno, o bien te despiertas con el demonio dentro antes de ir al instituto.
—Bueno, ¿y qué pasó después?
—Pasó que el tipo empezó a pillarle el truco a lo del hebreo. Cuando supo de qué iba todo aquello, en lugar de ir a ver a un cura, a un médico o a psicólogo, se dedicó a  controlar los ataques, como Miles Davis, ¿fue él no? El que se quitó de la heroína él solito, en su cuarto, sin hospitales ni nada. Pues el Ed este igual. A las pocas semanas soportaba tan bien los ataques que casi ni se le notaban, y además hablaba hebreo perfectamente. El muy cabrón logró domesticar al demonio. De la noche a la mañana se hizo bilingüe, para que nos entendamos. ¿Y sabes lo que hizo?
—¿Qué hizo?
—Se metió en la Universidad.
Pepe se dio una palmada en los muslos.
—¡Y allí lo conoció Beatriz! —dijo, con un tono de voz propio de John H. Watson.
—Claro. Desde luego, el tipo no es tonto. ¿Qué habrías hecho tú si te engancha un demonio por banda? A mí, como poco, me da un ataque, pero al corazón, no uno de esos de poseído. En fin, la cosa es que él va y hace las pruebas para ser profesor en la universidad. Filología hebrea. En la universidad sabes que no entras así como así. Tienes tres formas de entrar ahí: lamer culos, tener un apellido de esos que ni tú ni yo tenemos, o lo más difícil de todo: ser el mejor en la materia que a la universidad le convenga. Esto lo sabía muy bien el Ed este, así que se presentó en el departamento con el rollo típico de: «por favor, tengo algo que enseñarle al mundo, pero no puedo hacerlo si no es aquí, denme una oportunidad», y toda esa mierda. Le dieron su oportunidad, se puso a hablar en hebreo, pero hebreo de ese chungo, del que hablaban los demonios y Jesús en su época, como si fuese lo que ha hablado toda la vida, y claro, los dejó a todos flipados. Al día siguiente ya curraba allí y ganaba un pastón. Bea me dijo que lo pasó muy mal en la prueba, porque según parece, los nervios no son buenos para la posesión demoniaca. Tuvo que irse al servicio a vomitar un montón de veces, y casi se pone a echar espuma por la boca delante de los profesores, pero bueno, al final, como te he dicho, salió bien.
—¿Y cómo se conocieron él y Bea?
—Fue en la cafetería. Él le daba clase a ella. En una hora libre, Bea se fue a tomar un refresco con unos colegas. Insiste mucho en los detalles de la primera vez que cruzaron de lejos la mirada fuera de clase, lo que pensaron, lo que sintieron… ya sabes cómo son las tías. A mí me lo cuenta como si con sólo mirarlo la primera vez fuese como si lo conociera de toda la vida, pero vamos, digo yo que si conoces a alguien así de bien, sabrías que tiene un demonio dentro. En fin, el caso es que los dos estaban en la cafetería, así que ella aprovechó para acercarse y hacerle una pregunta, en plan: «voy a preguntarte una duda que no tengo, sin que se note que en realidad lo que pasa es que me pone mogollón». Él estaba tomándose una tila bien cargada, Bea fue hasta su mesa, y… Adivina.
—¡Le dio un ataque!
—¡Le dio un ataque! Allí, delante de todo el mundo, de lo nervioso que se puso. Bea dice que se puso verde, que la cabeza se le puso mirando para atrás y que empezó a soltar espuma por la comisura de los labios y a hablar en voz baja en hebreo, con los ojos blancos y con una voz de esas que acojonan un huevo, tipo el exorcista o tu abuela, que no es por ofender, pero parece que se haya tragado a un camionero —Pepe asintió nuevamente, con los labios apretados, corroborando la apreciación—. Imagínate el espectáculo. Cuando se le pasó el ataque, el tipo echó a correr al baño y ella lo siguió. Ya conoces a Bea, es más buena que el pan, y él le gustaba de verdad. No paraba de decir que era un profesor cojonudo, muy guapo, interesante, más listo que el hambre… Bueno, pues cuando entra al baño, escucha que está echando las papas. Bea toca a la puerta: «¿estás bien?». El tipo tira de la cadena y sale. Entonces empiezan con las chorradas: que si «perdóname, no, perdóname tú, es que tengo problemas de ansiedad, es que tal, es que cual…». Total, que entre unas cosas y otras, ni Bea le pregunta la duda, ni él le dice que lleva un demonio en las tripas, pero aun así acaban quedando para tomar una copa fuera de la universidad.
—Es increíble —piensa Pepe en voz alta—. Y pensar que a mí me rechazó porque soy pelirrojo…
—Pero aquí no termina la cosa. Llevan un año saliendo y ya se van a casar. Me lo dijo ayer, y yo en plan: «qué dices tía, pero si solo lleváis un año, ¿cómo te vas a casar con él?». ¿Sabes lo que te digo? No puedes casarte con alguien que conoces de hace un año, y eso sin mencionar que está poseído por el demonio. Además, piensa en sus padres. Dios mío, con lo que son sus padres, más beatos que el Papa. Si ya casarse con un gitano o con un moro iba a ser un problema, imagínate con Ed. Pero bueno, según me ha dicho Bea, al final va a ir a un exorcista. Es que, macho, tarde o temprano tenía que pasar. Llevaban un año saliendo y, bueno, no eran unos amargados, pero tampoco la pareja del año, no sé si me entiendes.
—Pero, a ver, ¿se ha hecho un exorcismo ya, o se lo va a hacer para que se puedan casar?
—Se lo va a hacer antes de casarse. Resulta que después de la copa esa que quedaron para tomar, empezaron a verse con frecuencia y claro, él era la leche: tocaba el violín, era famoso por saber tanto hebreo, hacía traducciones y cosas de esas, y ganaba una pasta gansa. Bueno, eso y que es buen tipo, digo yo. Se sinceró con ella a la cuarta o la quinta cita y le contó lo que le ocurría. A Bea le hizo la cara pompas cuando se lo dijo, pero valoró su sinceridad, su coraje…
—Sí, sí, lo típico.
—Pues eso. Pero ya conoces a Bea, lo aceptó y para mí que hasta prefería que estuviera poseído, por eso del reto en la relación que tanto gusta a las mujeres, y que tan diferente lo hacía del resto. El tipo controlaba los ataques, pero no podía evitarlos siempre, por lo que de vez en cuando tenían problemas. Un día montó un espectáculo en un restaurante, vomitando a diestro y siniestro y gritando barbaridades en hebreo, con voz de demonio; cuando le presentó a sus padres pasó tres cuartos de lo mismo, y un día, mientras… mientras hacían lo que tú y yo llevamos sin hacer unos mesecitos, pues también. Imagínate el susto. Vamos, que pasar, pasaba poco, pero cuando pasaba, mejor que te pillase bien lejos. Cuando la cosa se puso más en serio, lo de salir juntos, quiero decir, empezaron a surgir problemas y preguntas tipo qué pasará si tenemos hijos, qué pasará en la boda…
—Como para casarse con él por la Iglesia.
—Claro. Así que, por amor a ella, decidió someterse a un exorcismo. Mira.
—¿Qué es esto? —Pepe cogió el sobrecito de azúcar que Luis le entregó, y leyó en voz alta—: «Creo de buena gana las historias cuyos testigos se hacen degollar. Pascal».
—No, no. Dale la vuelta.
—«¿Quieres casarte conmigo?». ¡Toma! ¿Así se lo pidió?
—Sí. Un día, tomando café, lo escribió en el azucarillo y se lo metió en el bolso. Me lo ha dejado para que lo plastifique, porque se han ido de viaje a Jerusalén para lo del exorcismo. Él estaba dispuesto a perder su puesto en la Universidad, su fama como hebraísta, que me he aprendido que se dice así, y todas esas cosas, sólo por ella.
—Es que Bea, es mucha Bea.
—Coño, y un demonio es un demonio. Porque manda pelotas que haya aguantado tanto con eso ahí dentro. En fin, ella se había enamorado de él como profesor y demás, pero claro, cuando se fueron conociendo, pues se enamoró de él como persona, así que le daba igual que ya no fuera profesor y se dedicase otra vez a la música.
—¿Y cuándo es la boda?
—Cuando vuelvan de Jerusalén.
—Me voy a comprar un violín ahora mismo.
—¿Pero qué dices?
—Necesito pillar un demonio.
—Ya te he dicho que eso pasa así sin más.
—Bueno, por algún sitio hay que empezar.
—¿Y para qué quieres tú un demonio?
—Si con un demonio dentro puedes casarte con alguien como Bea, hago lo que sea necesario.
—Bea sólo hay una en el mundo.
—Bueno, quien dice Bea, dice Scarlett Johansson.
Luis permaneció unos segundos con gesto pensativo.
—¿Qué puede valer un violín? —preguntó entonces.





[1] Relato perteneciente al libro de relatos "Dios se escribe con mayúscula", Alejandro Molina Carreño.