Tuesday, July 14, 2015

LUZ (reseña)

LUZ
 Alejandro Molina Carreño




La fotografía que han realizado Aitor Frías & Cecilia Jiménez de la obra de Ricardo Bellver El Ángel Caído[1], es sin duda alguna una de las mejores que se han hecho de la tan famosa y controvertida escultura, pues recoge, en perfecta armonía, su más importante complemento, reivindicado aquí no sólo como parte fundamental de la estructura —a posteriori[2]— de la obra, sino como inseparable compañero, y que no es otro que el cielo, por el que esta joven pareja de fotógrafos siente una atracción similar a la que llevó a Constable a elaborar su skying. Los motivos que me llevan a considerar ésta tan buena fotografía son dos: la composición, y el momento en que es tomada.
El Ángel Caído o Lucifer es identificado a menudo con Satán por la tradición cristiana, y responde, tal y como escenifica esta escultura, al momento en el que por su orgullo cae arrojado del cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás […] reflejándose en ellas el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia más funesta y el odio más obstinado, tal y como describen los versos de John Milton en El paraíso perdido, en los que se inspiró Bellver para esculpir esta obra. Pero, si profundizamos un poco más en la historia de este ángel, descubriremos la interesantísima relación que tan bellamente es capturada por la fotografía, y que guardan las últimas horas del día con “el personaje bíblico”.
Lucifer significa portador de luz, y era el nombre que en Roma se daba al lucero de la mañana, es decir: al planeta Venus visto durante las primeras horas del amanecer. En la antigüedad, este planeta recibía dos nombres distintos, según el momento en el que se contemplaba: Eósforo (el Lucifer latino) al ser visto durante las primeras horas del amanecer, y Héspero (el Vesper latino, lucero de la tarde o lucero vespertino) cuando se veía en las últimas horas del atardecer. Eósforo y Héspero eran considerados dos astros diferentes (dada la diferencia de intensidad en su brillo), dos divinidades hermanas.
La identificación de Lucifer con Satanás de la que se nutre Milton, se debe a un error en la traducción de unos versículos de Isaías[3], en los que en lugar de sustituir el término latino “lucifer”[4] por “lucero”, se dejó la palabra sin traducir, lo que hizo que Lucifer se identificara como un nombre propio, y no como el astro al que hacía referencia ese lucero[5]. Es así como Satanás y Lucifer, que según la mitología hebrea son personajes distintos, pasaron a ser una misma persona.
De este modo confluyen en la fotografía dos tradiciones diferentes a un mismo tiempo, representadas en un único plano: usando más de la mitad del encuadre para hacer protagonista a un fragmento de cielo que usa sus nubes para caer sobre el ángel caído, quien parece sufrir todo su peso en un agónico gesto, plasman la creencia cristiana del ángel desterrado de los cielos; mientras que la luz de los últimos rayos del atardecer recogen el testigo de la tradición pagana: el cielo, en su fastuoso color vespertino, se encumbra como metáfora del lucero de la tarde, quedando así retratados dos hermanos que no son sino un mismo Venus, cada uno en representación de una corriente mitológica distinta.
Aitor Frías y Cecilia Jiménez han sabido captar la más mística y acertada de las  contemplaciones del Ángel Caído, logrando el ángulo y el momento perfectos para que, desde la tradición hebrea a la confusión cristiana, pasando por los versos de Milton, admiremos, a través de su fotografía, el esplendor del momento que con suma maestría captó el genio de Bellver.



[1] Parque del Retiro, Madrid.

[2] Pues fue gracias a Benito Soriano Murillo que la escultura se exhibió en lugar público, tras su sugerencia a la Dirección General de Instrucción Pública, que ya argüía: “al aire libre con más espacio y horizonte, luciría ventajosamente el mérito de tan bella creación”.

[3] Isaías 14:12-14.

[4] En el hebreo original “hêlêl ben šāḥar”: Helel (Venus, como "El brillante"), «hijo de Shahar» (Aurora).


[5] De hecho, en la traducción de la Septuaginta se utilizó el término Heósforo, y para la Vulgata latina se usó Lucifer.