Wednesday, March 2, 2016

La manzana



«Dado que al estudiar los fenómenos de la naturaleza nos esforzamos por eliminar lo contingente y lo accidental para llegar finalmente a lo que es esencial y necesario, resulta evidente que siempre tratamos de ver lo básico tras lo dependiente, lo absoluto tras lo relativo, la realidad tras de la apariencia, lo permanente tras lo transitorio. En mi opinión esto es una característica, no sólo de la ciencia física, sino de todas las ciencias. Además, no es simplemente una característica de todos los tipos de esfuerzo humano por alcanzar el conocimiento de cualquier problema, sino que es también característico de aquella rama de la actividad humana que intenta formular ideas acerca del bien y de la belleza».

Max Planck, ¿A dónde va la ciencia?


La manzana ha sido siempre una fruta célebre: causó la perdición del género humano en la boca de Eva, y luego nos devolvió buena parte de la gloria al caer frente a las narices de Newton; provocó la discordia en el juicio de Paris, hizo de recipiente para el veneno que postraría a Blancanieves, y es protagonista de un refrán que, de ser cierto, la elevaría a la condición de panacea[1]. En esta pequeña reflexión, será también una manzana, o más bien, una manzana pintada por Cézanne, la protagonista de un nuevo episodio en el siempre interesante debate que enfrenta a la pintura con la fotografía como formas de representar la realidad. ¿Puede la pintura captar la realidad? ¿Y la fotografía? En caso de que alguna de ellas sea capaz de hacerlo, ¿de qué realidad estamos hablando?
Hace ya más de siglo y medio que Niépce obtuvo aquella famosa imagen de una mesa puesta, lista para comer, y que Roland Barthes clasificó como la primera fotografía de la historia. Desde entonces, la pintura y la fotografía han vivido sus hitos y han pasado por distintas fases, constituyendo escuelas, estilos e ismos. La invención de la fotografía supuso no obstante un fuerte acicate para la pintura, hasta el punto de ser parte responsable del evidente renacer que trajo consigo el impresionismo, estilo que revoluciona el modo de entender y concebir la realidad en un cuadro, y que abre la puerta al modernismo (si bien Constable y Turner entregaron una más que valiosa llave con la que abrirla).
El impresionismo se rebela ante dos hechos coetáneos: la fotografía como forma de retrato, y el academicismo como poso cultural desvirtuador. La pintura, por tanto, debía sobreponerse a ambos hechos, debía alejarse de ellos, dar un paso más allá. Esa fue la clave del impresionismo: frente a una máquina que retrataba la supuesta realidad, ofrecía una realidad más auténtica a través del pincel; frente a la verdad externa, de carácter aparentemente inmutable y objetivo, defendía lo que de absoluto tiene la apariencia, el instante. La mancha se mostraba más auténtica que la figuración hasta entonces reinante. Pero se quedaron en lo fugaz.
Fue entonces cuando apareció Cézanne, y junto a él, la temida manzana, según escribe D. H. Lawrence:  
 
«Después de una lucha encarnizada de cuarenta años, consigue conocer plenamente una manzana, un vaso o dos. Es todo lo que ha conseguido hacer. Parece poca cosa, y muere lleno de amargura. Pero lo que cuenta es este primer paso y la manzana de Cézanne es muy importante, más importante que la idea de Platón»[2].
 
El escritor inglés defiende el genio de Cézanne como un acto supremo de conocimiento que trasciende la idea platónica. Cézanne ha conocido la manzana, y la ha representado a través del pincel. Sabemos, por sus cartas a Joachím Gasquet, que Cézanne quería poner consistencia en «la fugacidad de todas las cosas[3]» que representaban los cuadros impresionistas. Pretendía rescatar lo duradero de una naturaleza que «es siempre la misma, pero nada de su apariencia visible permanece»[4]. Quería realizar, como añadirá D. H. Lawrence, «una interpretación enteramente intuitiva de objetos reales»[5]. Y ese es su gran logro: esa manzana que no es ya cliché en tanto que vulgar realidad, sino representación interior del pintor, el retrato de una verdad, aquello que esconde de eterno toda contemplación de un acontecimiento en última instancia efímero. Cézanne sobrepasa a los impresionistas al lograr pintar lo básico, lo permanente, lo absoluto que hay tras todo hecho pasajero, tras dicha manzana, alcanzando así aquello que, como decía Planck, buscan no sólo las ciencias, sino toda rama que aspire al conocimiento y a la formulación de ideas en torno al bien y la belleza.
¿Quiere esto decir que cualquier manzana pintada es más realista que toda aquella fotografiada u observada? Obviamente no. Hablamos de un genio, pero también hablamos de realidad, un concepto peliagudo que debemos aclarar antes de proseguir.
¿Qué estamos entendiendo hasta ahora por realidad? ¿Cómo de real es la manzana que Cézanne pinta? ¿Cuánto más de absoluto tiene que aquella que vemos en un árbol, en un frutero, o en una fotografía? La realidad es esa parte intuitiva que se eleva sobre lo palpable, sobre lo observable; es aquello que está más allá de la ciencia y más acá de la fe, ese girarnos cuando sentimos que nos están mirando, ese lenguaje no aprendido de las ballenas que es música en los abismos. Pongamos por caso un verso. Podemos entenderlo como una oración corta de cuatro palabras que no dice nada lógico o coherente, o podemos zambullirnos en el océano de su significado y comprender lo que no está escrito, pero sí articulado o facilitado por las palabras que componen dicho verso a modo de trampolín o escalera hacia algo que rebasa las meras palabras. La realidad que buscan el arte y la ciencia es esa verdad inefable que todos intuimos pero no podemos explicar, es la respuesta de San Agustín a la pregunta: ¿qué es el tiempo?[6] Hablamos, por tanto, de una realidad que trasciende lo meramente visible y deviene intuición inefable. Esa es la realidad que Cézanne atrapa sometiéndola a un proceso interior, dado que no pinta una manzana de la misma manera que se habían pintado hasta entonces. Salvo honrosas excepciones manieristas como la etapa final de Miguel Ángel, o la obra del Greco, la pintura permanece figurativa. Cézanne traspasará la frontera de lo hasta ahora considerado realista mediante la desfiguración de lo observado, que no es sino la manifestación que resulta de la perforación que el hombre lleva a cabo en su entorno a través del uso de sus sentidos.
La fotografía, por tanto, será tan incapaz de retratar una manzana como incapaces somos el resto de mortales de averiguar la auténtica naturaleza de la misma con tan sólo un rápido vistazo de dicha fruta antes de hincarle el diente. Gilles Deleuze viene a afirmar esta postura valiéndose de un rápido sondeo de la distancia que separa al pincel de la lente, y que el filósofo francés considera insalvable. Su conclusión descansa sobre dos sentencias de carácter apodíctico: 
 
1.      «Aun cuando la foto deje de ser solamente figurativa, permanece figurativa en tanto que dato, en tanto “cosa vista”, lo contrario de la pintura»[7].
 
El dato es el cliché, es eso que todos vemos del mismo modo, aquello que viene representándose desde el origen de los tiempos y está grabado en nuestro cerebro como forma reconocible que hace saltar los resortes de nuestros referentes mentales; es la manzana, el vaso, la mujer o cuanto pueda observarse, y por tanto, retratarse mediante una cámara fotográfica. En este caso, la cámara no haría más que inmortalizar el cliché, el dato. 
 
2.      «Lo que se reprocha a la primera figuración, a la foto, no era ser demasiado “fiel”, sino no serlo bastante»[8].
Si el mero retrato de algo no es “fiel” a ese algo, es debido a que su auténtico ser rebasa la simple percepción ocular. La realidad del objeto está más allá de su figuración, de su realidad externa, y aflora tan solo tras mantener un profundo diálogo con el observador, haciendo de la pintura, que es lo que nos traemos entre manos, «una colaboración entre pintor y lo observado»[9].
No basta, pues, con reproducir sobre la tela el dato, el cliché, para apresarlo. En tanto que la fotografía retrata, no puede pintar. Es un hecho. La realidad de la que se ocupa la pintura es la que hay más allá del objeto que todos ven; la realidad que interesa a la pintura es la que reside en el interior del artista a través de la observación de su exterior, es esa mirada única capaz de atravesar las capas que constituyen para el resto de mortales la bruma a la que llamamos mundo.  «La pintura es —dice John Berger—, en primer lugar, una afirmación de lo visible que nos rodea y que está continuamente apareciendo y desapareciendo. Posiblemente, sin la desaparición no existiría el impulso de pintar, pues entonces lo visible poseería la seguridad (la permanencia) que la pintura lucha por encontrar»[10].
La fotografía se queda, por tanto, en el camino, ya que no puede capturar lo desaparecido. Representa conceptos interiores del fotógrafo, sí, y una realidad externa a él, pero el resultado permanece cliché. No pudiendo retratar nada sin ese revestimiento de fugacidad, sin esa pátina de cosa vista, no puede crear una representación. La manzana de Cézanne es, por tanto, un logro inalcanzable para cualquier fotógrafo con dicha fruta enfocada en su máquina.


Alejandro Molina Carreño.



[1] Una manzana al día, del médico te libraría.
[2] D. H. Lawrence, Eros y los perros, Ed. Bourgois. Citado en la obra de Deleuze: Francis Bacon, Lógica de la sensación.
[3] «El impresionismo… ¿qué es eso? Es la mezcla óptica de colores, ¿comprende usted? La refracción de los colores en el lienzo y su síntesis en el ojo. Ahí tenemos que abrirnos paso, Las Falaises de Monet serán siempre una maravillosa serie de imágenes, lo mismo que cientos de trabajos suyos… Ha pintado el centelleo del iris de la tierra. Ha pintado el agua… Pero en la fugacidad de todas las cosas, en estos cuadros de Monet, hay que poner consistencia, un armazón». Carta de Cézanne a Joachim Gasquet.
[4] Íbid.
[5] Citado de nuevo por Gilles Deleuze en su obra Francis Bacon: Lógica de la sensación.
[6] ¿Qué es el tiempo? «Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé». San Agustín.
[7] Gilles Deleuze, “Francis Bacon: Lógica de la Sensación”.
[8] Íbid.
[9] John Berger, Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible.
[10] Íbid.