Exposición de Aitor Frías y Cecilia Jiménez
Casa de la cultura de Monachil, Granada (Spain)
6 de febrero - 4 de marzo
«No nombrar, sino sugerir», decía Mallarmé. Éste parece ser el auténtico leit motiv que vertebra la exposición Pintando con Luz, de Aitor Frías y Cecilia Jiménez, una pareja de jóvenes fotógrafos granadinos de cuya imprescindible obra podemos disfrutar del seis de febrero al cuatro de marzo en la casa de la cultura de Monachil.
Me
valdré de tres de sus fotografías que a mi modo de ver resumen a la perfección
las palabras del poeta francés, y por extensión la exposición en sí, a saber: El canto de la
sirena, La
espera #3 y La
arcilla y el alfarero.
El canto de la sirena
Esta
fotografía, tomada en el ángelus de la playa de la Caleta, en Salobreña,
muestra con sobrada elocuencia la suma de intereses que giran en torno a la
obra de los fotógrafos: atmósfera, luz, arte, insinuación y contemplación.
Nos
acercamos a ella atraídos por el hipnótico canto de una sirena en pie entre dos
mundos: arriba, un lienzo liso, un espacio etéreo que da a todas y a ninguna
parte a la vez, un cielo telúrico que es vigilia insinuante de poesía; abajo,
otro cielo flotando a los pies de la sirena, el reflejo de lo imposible: nubes
que son piedra, rocas sumergidas en el aire, el esplendor de un anochecer que
no es sino la puerta que la fotografía nos abre para que veamos, a través de la
mujer, la comunión entre las dos caras de la dualidad inherente a toda
contemplación, aquello que hay fuera y dentro de nosotros, aquello que somos y
no somos, lo que vemos y lo que escapa a la vista: lo inefable del momento,
capturado con maestría cinegética; una danza terrena sobre los astros.
En
la estela de este motivo encontramos otras fotografías como El abismo, donde
topamos con lo inabordable del ser humano, la entropía de un complejo mundo
interior contenida en un instante que se enfrenta al agua, de nuevo madre y
espejo de la realidad; o la serie La Espera, que
hace hincapié en lo inasible, lo inexplicable de ese encuentro entre dos
mundos, entre dos momentos que representan la complejidad de los sentimientos
humanos, valiéndose esta vez de hermosos claroscuros en los que deslumbra la
ebúrnea claridad que emerge del vacío, impenetrable campo de posibilidades ocultas
en el que la evocación y el simbolismo se fusionan, como los esclavos de Miguel
Ángel emergiendo de la piedra: la sugerencia haciéndose concreción.
La
espera #3
La
tercera de las obras que he seleccionado, de la serie La arcilla y el
alfarero —una de sus fotografías nombradas como Best of en Vogue
Italia—, es la más representativa de la otra gran característica de su estilo
fotográfico, aquel que da título a su exposición: la pintura y la luz.
La arcilla y el Alfarero
El
lienzo que
tenemos entre manos, así como la serie Memorias de
noviembre, perfilan uno de los elementos más llamativos de una fotografía
que juega a ser arte en su más amplio abanico conceptual. Como ellos mismo
señalan, se trata de utilizar las mismas herramientas que un pintor de
cualquier época, con el añadido de la abstracción propia de nuestra época, y el
papel del concepto, en su acepción más contemporánea.
Aitor
y Cecilia indagan en la historia del arte para regalarnos unas imágenes que no
son píxel, sino pinceladas de luz, que no son solamente fotografías, sino una
evocativa fusión entre dos ancestrales rivales. Y es que, si bien la pintura se
rebeló allá por el siglo XIX contra la cámara, ellos consiguen reconciliarlas
de nuevo en una serie de fotográficas pinturas que suponen la antesala de una
obra que acaba de empezar, de un trabajo que no podemos —ni debemos— perder de
vista.
Para
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